
Cómo amargarles la vida a nuestros hijos
Muchas veces me preguntan en consulta, personas preocupadas por la paternidad, qué pueden hacer para garantizar que sus hijos crecerán como personas equilibradas. Lo cierto es que no hay recetas mágicas, las variantes son tantas como personas, y dependerá de nuestro estilo educativo, nuestra formación, el tiempo que les dediquemos, y muchos otros factors. Pero lo cierto es que si queremos crear adultos infelices, inseguros, con poco amor propio, hay ciertas conductas que no fallan:
– Recházale desde bien pequeño. Muéstrale que te resulta molesto él, no su conducta. Así estimularás sus sentimientos de inferioridad, porque si tu propia familia te rechaza ¿Cómo vas a valorarte en la vida? Desde luego que con mucha dificultad. Tendremos con bastante probabilidad un adulto que se rechazará a sí mismo, y que basará su valor en la medida en que sea valorado por los demás.
– Critica, que algo queda. Podemos pensar que la crítica es útil para enseñar, pero incluso aunque esté justificada, en el cerebro infantil se procesa como “no soy bueno”, como una falta de aceptación que se mantendrá cuando crezca. “Suelta el cuchillo y ve a jugar, que ya hago yo la merienda, que tú lo dejas todo perdido”, “ya ordenaré yo, que mira que desastre”. ¿Te suena?
– Edúcale en el perfeccionismo. Ésta es genial: la perfección no existe, así que edúcale para que se esfuerce en alcanzarla, es un buen camino hacia la desilusión, la ansiedad, el odio hacia uno mismo. Cuando crezca interiorizará que debe actuar bien, siempre. Esto es algo que nadie puede hacer conseguir, y además pagará un alto precio por ello. ¿Que llega a casa con una nota de 8?, pregúntale ¿Y por qué no puedes conseguir un 10?
–Alienta la competitividad, enlazada con la anterior. Enséñale que tiene que ser mejor que los demás niños, y que el éxito que consiga tiene que ser mayor. Las estadísticas muestran que esto no funciona, así que de ésta forma lo estás educando para que intente, con todas sus fuerzas, ser mejor que el vecino, comparándose constantemente con él. Siempre habrá alguien mejor con quien compararse, así que la frustración y la sensación de incapacidad está servida.
– Edúcale para que tenga cuantos más prejuicios mejor: sexuales, sociales, raciales, religiosos, etc. Con ello garantizarás que de adulto se sienta culpable, inhibido, con baja capacidad de disfrute, y quizá hasta consigas que se odie a sí mismo.
– Sobreprotege. Dale todo lo que desee, y no permitas que corra riesgos. Así conseguirás que crezca con la idea de que tiene derecho a todo, impedirás que desarrolle tolerancia a la frustración, tan necesaria para lidiar con todo aquello que no sale como deseamos, además de conseguir que no tenga experiencia suficiente en asumir riesgos, ni en tomar decisiones, como realizan de forma automática las personas que de pequeños se les ha permitido equivocarse, errar, caer y sentir gracias a ello que no pasa nada, que uno se levanta y vuelve a probar hasta que sale bien.
– Y además, frustra. Todo lo que puedas. Innecesariamente. Si sobreproteger no es tu estilo, opta por ser rígido, obliga a hacer aquello que odian, porque si, porque tú mandas, sin ofrecer alternativas. Tampoco recompenses el esfuerzo. Es probable que así crezcan con la sensación de que esforzarse no sirve para nada, facilitando la pasividad.
Y para terminar, no eduques en la asertividad. Eso significa que no permites que exteriorice lo que piensa, ni lo que siente, al fin y al cabo no es correcto y nos debemos enfrentar al mundo con una sonrisa… ¿verdad? La ira reprimida nos lleva a una rabia de cocción lenta, a un odio latente que se manifiesta en pequeñas conductas a veces indetectables, es lo que los psicólogos llamamos pasivo-agresividad, y que pueden acabar como estallidos de ira que para los demás pueden parecer irracionales. Si lo haces realmente bien, conseguirás que el adulto en que se convertirá tu hijo tenga ansiedad, sin conectar con la causa, o será un mentiroso compulsivo, pues no se sentirá con derecho a reclamar lo que quiere.Facilitaremos el sentimiento de inferioridad, en suma.